domingo, 13 de diciembre de 2015

Autosuficiente

Unas frías manos bajaban por mis caderas a la vez que mi piel se erizaba. Las manos se iban calentando a la vez que mi corazón se aceleraba.
Lo que era un día invernal se estaba convirtiendo en uno más caluroso que cualquiera de agosto.
En unos minutos, los gemidos inundaban aquella pequeña habitación. 
Tantas lágrimas, tanto estrés, tanto mundo se acababa allí, todo se olvidó en aquel instante.
Entonces, retiré mis manos. 
Me levanté y me miré al espejo. Mi mejor vestido, tacones, maquillaje y colonia.
Lista para esa noche, para comerme el mundo o a mi mundo.

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